En la línea 3 del metro de la Ciudad de México, o la línea verde olivo para aquellos que la identifican más rápido por colores, ya se escucha con voz aguda y nazal a todo pulmón el siguiente discurso: «Mira te traigo a la venta, la rica paleta, paleta de caramelo macizo, sabor menta cereza, refresca boca y garganta, cinco pesos te vale, cinco pesos te cuesta».

Un momento de tensión

En mi viaje en el metro, después de escuchar el discurso de venta e ir chupando mi paleta que me refresca boca y garganta, el metro sigue avanzando, voy parada porque encontrar un asiento vacío es como encontrar la cadenita de Carmen. De repente huele a llanta quemada y se detiene abruptamente el transporte, una señora aterriza a mi costado y al tiempo que expresa disculpas le ayudo a reincorporarse, mientras se disculpa comenzamos a avanzar y me doy cuenta que me tengo que bajar en la siguiente parada, por lo tanto como puedo camino entre cuerpos apretujados unos con otros, entre mochilas y bolsas hasta llegar los más cerca de la puerta donde me recargo para que en cuanto se abra poder salir y no me regrese la horda de gente que está lista en la siguiente estación para abordar el metro de la ciudad de México.