Ecología del poder y masculinidades

Los roles de poder fueron heredados desde nuestros antepasados homínidos quienes obedecían sus pulsiones más animales. El cerebro evolucionó hasta el punto actual de la razón y la creatividad.

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Orígenes del poder: de la etología a la psicología social.

Para la filosofía, la naturaleza humana diferencia las sutiles características que nos distinguen del resto de los animales, con quienes compartimos cerca del 98% de nuestro material genético. Esto se traduce en la gran cantidad de procesos orgánicos, fisiológicos, anatómicos e incluso mentales y sociales que compartimos con el resto del reino animal. Si bien está comprobado ese nexo biológico, ¿qué tanto de instintivo hay en nuestro comportamiento y en el comportamiento de nuestras sociedades?

Uno de los nexos más tenues pero significativos entre la organización humana y las comunidades animales es la distribución del poder. De las acepciones de la palabra ‘poder’, usaré, para los fines de este artículo, la que se refiere a ser más fuerte que alguien, ser capaz de vencerle, mandar sobre otros, decidir y dirigir. En todas las estructuras ecológicas, incluso en los microorganismos, existen luchas permanentes por establecer poderíos que garanticen el acceso a los recursos. Estas luchas, ya sean conscientes o no, forman la base de las organizaciones entre organismos de la misma especie, pero también con especies diversas lo que da lugar a relaciones prolongadas de supervivencia.

Todas las especies animales establecen relaciones de jerarquía basadas en la aparente superioridad que otorga contar con más o mejores recursos que otros. Estar en la cima de dicha jerarquía asegura o facilita la supervivencia de su especie a través de la reproducción de las características particulares de los individuos. Así, los miembros de las siguientes generaciones contarán con las particularidades que garantizaron a sus progenitores sobrevivir, encontrar una pareja y tener descendencia. Esas situaciones significaron, además de una carga genética adecuada, un duro trabajo de cada individuo, encontrar lugares adecuados para alimentarse, desarrollarse en un ambiente propicio y contar con protección de los depredadores.

Es evidente que obtener esas ventajas no es fácil. Cada uno de los estratos de poder representó competencias, peleas, violencia y muerte. Se necesitó inteligencia, adaptación y estrategia. Por cada ecosistema y por cada especie, la velocidad, la fuerza, la resistencia e incluso la percepción del color, el sonido o los aromas, entre otros muchos factores, son elementos vitales en la supervivencia y la organización de las estructuras animales. Los organismos deben priorizar y hacer eficiente cada uno de los recursos con los que cuentan. La más mínima desviación de este equilibrio puede contribuir a debilitar a todos los miembros de una manada.

La persona humana se convierte en persona social.

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En las organizaciones humanas no es muy diferente. No obstante que hemos regulado la distribución del poder, a través de normas morales y jurídicas y que la ética n

os impone compromisos inherentes, en su esencia más pura, el control del poder sigue siendo instintivo y subjetivo. Para muchos estudiosos del comportamiento, nuestras acciones individuales y comunitarias se basan en la búsqueda permanente de medios económicos y sociales que garanticen el acceso a mejores condiciones de vida. Mas allá del sistema económico o jurídico en el que nos desenvolvamos, la búsqueda del bienestar es una constante. Sin embargo, desde la base primaria de la economía que considera la finitud de los recursos, la búsqueda de aquel bienestar genera conflictos graves a todos los niveles, así como un nivel de desigualdad complejo y grave.

Como individuos buscamos empoderarnos. No tengo duda de que el empoderamiento es indispensable en nuestro desarrollo social y personal. No obstante, el desequilibrio del poder humano ocasiona problemas graves que perjudican la esencia básica de nuestra convivencia. Ante el mas mínimo atisbo de superioridad en nuestra persona, suponemos un crecimiento desmedido de nuestras posibilidades y capacidades sobre otras personas e incluso sobre el resto de las especies. Muchas de las costumbres impuestas por la educación tradicionalista imponen supremacías sumamente dañinas. Los humanos por encima del resto de los seres vivos, las ciudades sobre las zonas rurales, el político por encima de los ciudadanos, los profesionales sobre quienes no tuvieron la oportunidad o el deseo de asistir a la universidad, el adulto sobre el niño, el religioso sobre el ateo, el conductor sobre el peatón, el rico sobre el pobre y, el más peligroso, el hombre sobre la mujer.

Situación del poder social de varón en la región.

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En México y Latinoamérica la situación es particularmente grave. Los mexicanos no sentimos el valor político de nuestras elecciones, la capacidad transformadora de nuestro conocimiento, ni la importancia en el desarrollo nacional de nuestro trabajo. Cada una de ellas, factores necesarios en la concepción de nuestro poder social y humano. Tal vez es por esto por lo que las relaciones de poder más sutiles son defendidas con violencia. Más allá del valor implícito de cada persona, buscamos una forma, al menos pequeña, de saber que no somos inferiores. En los años ochenta Sergio Ramos hablaba de la inferioridad del mexicano y decía que como solución “el mexicano reconociera su mal, conociera sus orígenes, y entonces pudiera liberarse de esa condición”. Pero ha sido más fácil apelar a la muy conocida adaptación mexicana. Resignarnos ante lo que tenemos y ser reyes de nuestra montaña.

Históricamente, la sociedad ha aceptado a los varones como sujetos privilegiados en derechos y atenciones. Por razones poco claras, tal vez por ser tan amplias y abstractas, los hombres hemos pertenecido a la jerarquía social más alta. Incluso en contextos de pobreza extrema, violencia, discapacidad o cualquier situación vulnerable, estadísticamente, una persona del sexo masculino tiene más posibilidades de acceder a mejores condiciones de vida que una mujer. En la inteligencia del discurso que he mencionado hasta ahora, más allá de cualquier otra condición, capacidad, posibilidad o ambiente, las mujeres suelen ser vulneradas por el simple hecho de ser mujeres ¿en la lógica social tradicional, no puede haber dos personas en la cúspide de la estructura humana? ¿es necesaria una cúspide? ¿es necesario diferenciar las tareas?

Los hombres debemos repensar nuestro papel en lo individual, en la familia y en la sociedad y acercarnos a nuestra esencia humana, que va mucho más allá de las costumbres que parecieran estar a nuestro favor. Los hombres sabemos que mucho de lo que mostramos al mundo es resultado de imposiciones y de creencias, a veces muy convenientes, pero también autodestructivas, que han dejado en nosotros y que decidimos, incluso de manera inconsciente, perpetuar. La esencia de cada ser humano no está en esas decisiones, sino en lo que queda dentro cuando nos permitimos sentir y disfrutar. Aquella verdad de nuestro espíritu nos ha de permitir conocer la plenitud de la felicidad y desde ahí podremos ver a las mujeres como compañeras y al resto de los seres vivos como cohabitantes de nuestra casa común.

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Lecturas recomendadas:

https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/gender

https://www.unesco.org/es/social-human-sciences/transforming-mentalities

https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2007471916300059